El
suelo es el soporte físico sobre el que se desarrollan las plantas y animales. Su
contaminación puede repercutir sobre la cadena alimentaria y sobre la
contaminación de las aguas. “El suelo contaminado es aquel cuya calidad ha sido
alterada como consecuencia del vertido directo o indirecto de residuos o
productos tóxicos y peligrosos” (Cepeda, 2003, p. 45). El resultado del vertido es la presencia de
alguna sustancia en unas concentraciones tales que confieren al suelo
propiedades nocivas, insalubres, molestas o peligrosas para algún fin.
Una
de las principales causas de contaminación de suelos son determinados compuestos
utilizados en la agricultura. Tanto los insecticidas y herbicidas como los
abonos nitrogenados producen una contaminación del suelo que acaba
trasladándose a las aguas subterráneas. Según Atilio (2009), los contaminantes del
suelo pueden clasificarse en:
Endógenos y exógenos. Los
endógenos son aquellos que provienen del mismo suelo, mientras que los exógenos
son aquellos que provienen del exterior. La presencia de un contaminante
endógeno genera cuando se produce un desequilibrio natural que conduce a la proliferación
de un componente a niveles nocivos para las especies vivas; entre ellos
encontramos el enterramiento de desechos orgánicos, los residuos industriales
de tipo no degradables, las infiltraciones de los derivados del petróleo, el
empleo incontrolado de pesticidas e insecticidas en las actividades agro-ganaderas
y por último, el depósito de residuos sólidos sobre la superficie que origina
la proliferación de ratas y moscas (p. 15).
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